Afuera está lloviendo. O puede
que ya no. Puede que toda esa lluvia no sea más que una imaginación mía, al
igual que el frío.
De lo que si estoy segura es
que aquí dentro chove miudiño.
Casi me siento aliviada y todo, por saber que aún quedan lágrimas.
En estos días, no puedo hacer
nada. Ni siquiera el pensamiento de que mañana tengo un examen de historia
puede conseguir que vaya a estudiar, al menos por el momento.
En este tipo de días necesito,
más que nunca el calor humano. Pero tengo miedo incluso a mi familia. Es todo
un suplicio el no poder hablar con tu madre cara a cara, dejando las cosas
claras. Pero es que no quiero que se preocupen por mí, ni que me vayan a tratar
de manera distinta porque “pobre, lo está pasando mal”.
Acaban de entrar en mi habitación.
Acabo de pedirles, de muy mala manera, que se larguen. Cómo desearía no hacer
eso.
En días como este, lo mejor es
irse a dormir temprano, para dejar de pensar, para no hacer cosas de las que
después arrepentirte. Pero mi cerebro es un pequeño hijo de puta, y no me va a
dejar dormir tan fácilmente.
¿Dónde estábamos? Ah, pues eso,
que chove miudiño, y mis pies se congelan y yo no puedo hacer nada.
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