11.1.13

Cada noche, Ella escribía para Él. Pequeños poemas, pequeñas prosas que nunca llegaban a su destino,a esas manos con las que, aun sin conocerlas, soñaba lo poco que dormía, y que descansaban en el fondo de un cajón a la espera de libertad, haciendo apuestas sobre cuánto duraría su condena.
Al terminar de escribir y guardar sus pequeños (retrincos, diría Castelao), se iba a la cama, y pasaba horas a medio camino entre el sueño y la vigilia, imaginando que Él también le escribía poemas que terminaban en el fondo de un cajón y lo maravilloso que eso sería.

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